Durante ocho años estudié inglés en la escuela.

Me gustaba. Era buena alumna, pero nunca hablé.

El idioma vivía en el papel, no en la voz, no en el cuerpo.

Al terminar el secundario, estaba convencida de que iba a estudiar Letras. En español.

Me apasionaba escribir, sobre todo narrativa.

Pero había otra voz que insistía... Una parte de mí se sentía atraída, todavía, por el inglés.

Y esa tensión quedó en pausa.

Mientras me formaba en lo audiovisual, seguía mirando películas en inglés, leyendo manuales técnicos, cantando letras, descubriendo frases en libros, descargando subtítulos para entender mejor.

Nunca me propuse estudiar.

Solo me dejé llevar por la curiosidad.

Aprendí muchísimo sola, sin estructura, sin reglas, sin plan.

Solo por placer.

Sin darme cuenta, el inglés seguía ahí, como una segunda piel que no había aprendido a habitar del todo.

En plena cuarentena, entre julio y agosto de 2020,

sentí una sacudida.

Me acordé de mí, chiquita, leyendo diccionarios.

De mi abuela cantando en guaraní.

De esas transcripciones fonéticas que me intrigaban sin saber qué eran.

Y entendí algo importante:

no era solo el inglés.

Lo que me apasionaba era el lenguaje, la posibilidad de conectar, de contar, de habitar mundos con palabras.

Tardé dos semanas en decidir que quería estudiar profesorado. Y dos más en elegir dónde.

Nunca antes había tomado una decisión tan rápido.

Nunca antes había sentido algo tan claro.

En 2021 me anoté en el profesorado porque si iba a enseñar, quería hacerlo bien.

Con base, con ética, con compromiso.

En paralelo, abrí una cuenta en Instagram.

No para armar una marca, sino para compartir.

Lo que sabía, lo que aprendía, lo que me pasaba mientras redescubría el idioma... ahora con más conciencia, con más herramientas.

Y empecé a notar algo:

cuando se enseña con verdad, las palabras llegan.

Cuando se aprende con placer, el idioma florece.

En 2022 empecé a dar clases en institutos.

En 2023, con mis propios estudiantes.

Clases individuales, personalizadas, muchas veces para ayudar con ingresos universitarios.

A mediados de 2024, pasé a los grupos.

Primero con un enfoque clásico... Pero algo no cerraba.

Hasta que sumé cine.

Un club de conversación con películas como punto de partida.

Y todo cambió.

Me di cuenta de que lo que más deseaba era mezclarlo todo.

Mi amor por el cine.

Mi obsesión por el lenguaje.

Mi formación docente.

Mi lado artístico.

Mi deseo de acompañar a otr@s a encontrar su voz.

No quería dar solo clases.

Quería crear una experiencia.

Un espacio donde aprender inglés no fuera un objetivo en sí mismo, sino un camino para habitar el mundo con más libertad.

No como un producto.

No como una estrategia.

Sino como una respuesta natural a todo mi recorrido.

El Fancyverso es eso:

una fusión de pasiones, puesta al servicio del aprendizaje.

Un lugar donde se aprende inglés, sí.

Pero también se explora, se cuestiona, se crea.

Donde hay estructura, pero también juego.

Donde hay gramática, pero también cine, libros, arte y comunidad.

Donde el idioma no se estudia: se vive.

Es la casa que construí con todo lo que soy.

Una marca que no responde a moldes.

Un universo donde cada programa nace con intención, con profundidad, con corazón.

Acá, el inglés no es el final del camino. Es el idioma con el que lo transitamos.

Y si estás buscando un espacio donde aprender sea algo vivo, donde puedas expresarte, conectar y crecer, el Fancyverso también puede ser tu lugar.

Bienvenid@.